Buenas tardes, queridos conblasigueros:

Les contaré una historia muy entretenida -o mejor dicho, “hecho verídico” como diría el ínclito Paco Gandía, q.e.p.d.- que pasó hace años en nuestra España gloriosa pero que pone de manifiesto que la condición humana en algunos de sus aspectos es invariable a épocas o lugares. No está en los libros de Historia esta historia; todavía.

Corrían los años 1593 y 94 cuando un mesonero y comediante sevillano aspiraba a ingresar en la hermandad de su aparente devoción, la del Sagrario de la Catedral, y con la que entró en pleitos al ser su pretensión rechaza por la que entonces era exclusiva y excluyente cofradía de aristócratas que consideraban que era hombre de pasado oscuro y reputación al menos sospechosa.

Tenía Tomás Gutiérrez, que así se llamaba nuestro buen hombre, un amigo de buen ver, de origen castellano, caballero sin dudas y de muy buen hablar y mejor escribir. Así que ni corto ni perezoso un día le dijo:

-Cucha, Migué. Tú que sabes manejá las palabras tela de bien, ¿por qué no mescribes un papelito poniéndome de guapo y que yo pueda presentá en la hermandá como aval y garantía de mi buen nombre?

-No hay problemas, Tomás, que para eso estamos los amigos –respondió-. Dime qué quieres que ponga.

-Yo que sé, Migué, lo que se te ocurra. Dí que soy comediante de los buenos y que pa ti nunca has sabido de trifurcas en las que haya estao yo envuerto.

-Cuenta con ello –dijo poniéndole la mano derecha sobre su hombro y mirándole a los ojos-. Hoy por ti y mañana Dios dirá si será por mí.

Y así que Migué redactó con la misma mano un pliego en el que no dudó en inventar lo necesario con el fin de lustrar la respetabilidad de su amigo, haciendo apología de su limpieza de sangre y bien hablando de la ”probidad y excelencia social” de su establecimiento, que definió como “casa de posada” y no “mesón” y “residencia de príncipes y altos nobles”.

No se conoce si este escrito, rubricado en dos ocasiones por su autor, fue o no crucial para que quince meses después el mesonero consiguiera, por fin, ser admitido en su ansiada hermandad. Y tampoco se sabe si fue necesario que el susodicho tuviera que corresponder y devolver la ayuda recibida teniendo pocos años después que hablar en favor del escribiente a causa de asuntos turbios en que se vio envuelto y que llegaron a dar con sus huesos en la cárcel; por meter la mano, la mano derecha, en bolsos de dineros pertenecientes al rey.

(Versión libre, aunque poco novelada, del contenido del documento citado que fue presentado el pasado viernes 29 de abril en el paraninfo de la Universidad Hispalense. Redescubierto en sus archivos después de más de cien años perdido, lo traigo en primicia a este blog de nuestra querida y nunca demasiado ponderada Blasita. Porque se lo merece.

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