Buenas tardes, amigos:
Hace unos días estaba yo recordando con unas amigas los remedios caseros que nos aplicaban nuestras madres cuando éramos niñas para combatir las clásicas dolencias de los críos. Entonces parece que no había pediatras o nuestras madres no los conocían o no les hacía falta acudir a ellos.
Ni sé la de cosas que salieron a relucir, todas la mar de curiosas y a la vez increíbles. Desde colocar un esparadrapo tapando el ombligo para combatir el mal de ojo o a los malos espíritus (aquí me remonto al «Ay, qué pena» del que hablábamos el otro día…) hasta las cataplasmas que me ponían a mí en el pecho, bien calientes, hechas con polvo de mostaza negra, para que un catarro no se complicara y derivara en bronquitis o cosas peores. De aquello solo recuerdo cómo me quemaba el pecho y el picor que producía. Para rabiar.
Pues bien, apenas hace un rato he descubierto que aquellas cataplasmas de mi madre tenían un nombre en medicina. Una palabra tan bonita como «sinapismo». ¿La conocíais? El «DLE» le da dos acepciones: la primera es la cataplasma, y la segunda, coloquialmente, ‘persona o cosa que molesta o exaspera’. Bien aplicada la relación entre una cosa y otra.
El «Diccionario de la Real Academia Nacional de Medicina de España» dice así de «sinopismo»:
sinapismo (lat. sināpismu(m) del gr. sināpismós [sínāp(i) ‘mostaza’ + -ismos ‘proceso’] ‘emplasto de mostaza’; docum. en esp. desde 1500 en la forma sinapisma; véase también → -ismo)
1 [ingl. mustard plaster, sinapism] s.m.; desus. Preparación farmacéutica de uso externo en forma de cataplasma o emplasto y confeccionada con polvo de mostaza negra. Se utiliza como analgésico y antirreumático local y como revulsivo para el tratamiento de bronquitis y afecciones respiratorias.2 [ingl. sinapism] s.m.; desus. Señal o marca en el lugar de la piel donde se ha aplicado un sinapismo.
OBS.: Se usa solo en contextos históricos.
Ea, pues ya está. Solo quería haceros partícipes de este reciente descubrimiento mío. Desde que sé el término médico que se usa para aquellas cataplasmas de mi madre, ya no me parecen una cosa ni tan curiosa ni tan increíble.
Un abrazo a todos.
Buenas noches:
Entonces no eran especie de brujerías lo que tu madre te hacía, Madri, porque esa cataplasma existió como medicamento, pero ¿qué me dices de lo de poner un esparadrapo en el ombligo? 🙂
Creo que lo más parecido a las cataplasmas de entonces es el Vicks VapoRub, que se frota en el pecho y basta, ¿no?
Bueno, pues no dejes de contarnos cosas de estas que son muy divertidas.
Abrazos.
¡Hola Madri!
Gracias. Igual que Robin: no dejes de contar esta clase de cosas, que aprendemos y nos divertimos.
Recuerdo cantidad de cataplasmas en mi familia, incluida ésta, pero no sabía esta palabra.
Abrazos
Buenas noches:
Yo sí la conocía, Madri, gracias a la literatura, aunque ya casi ni la recordaba. Desde el auge de uso de este término en el siglo XIX, este ha ido decayendo hasta tener un uso casi nulo en la actualidad. Me ha encantado que compartieras con nosotros este hallazgo, especialmente porque he sentido que nos consideras tu segunda familia.
Un abrazote.
Buenas tardes a todo,
Al leer el comentario de Robin, recordé que cuando era niño y tuvería un resfriado, mi madre solía hacer que me inclinara sobre un tazón con agua hirviendo que contenía una cucharadita de Vicks VapoRub. Puso una toalla sobre mi cabeza para atrapar el vapor y me dijo que respirara los vapores de agua y mentol. Siempre funcionaba.
Saludos.
Pues sin salirnos de los remedios caseros, os voy a contar hoy algo que viví en primera persona, además como ejecutora. Siempre bajo las indicaciones, entonces sí, del pediatra de mis hijos.
La primera infancia de mi niña fue dura de roer, en sentido figurado, porque, así como su hermano mayor se crio solo (no pasó ninguna enfermedad infantil, salvo la varicela; comía como un condenado y no digo cómo dormía, porque daba gusto), ella, la pobre, estuvo tres años llorando, desde que nació, qué digo llorando, ¡aquello era berrear! Tanto es así que, una vez comenzó a dormir unas horas seguidas de noche, me despertaba yo, sobresaltada: me despertaba el silencio… ¡Qué placer verla dormida!
Cuando ya dormía de seguido comenzaron los problemas de garganta. No eran amigdalitis, era una inflamación de la faringe que le producía una tos seca, sobre todo cuando se metía en la cama, y rara era la noche que, de tanto toser, no terminara vomitando. No os describo el pastel, pero os lo podéis imaginar. Cambiar la cama, lavarla a ella, cambiarle el pijama, calmarla…, hasta que, pasado un buen rato, se quedaba dormida de nuevo, ya sin toser.
Entonces acudíamos al otorrino, que detrás de un jarabe le daba otro; antibióticos y qué sé yo la de potingues y preparados de botica que le pudo recetar. Sin éxito, claro.
Fue el pediatra el que, como con cierto reparo porque comprendía que era difícil de aplicar, me propuso un día un remedio antiguo, casero, de los que usaban sabiamente las abuelas de antes.
Os explico en qué consistía.
En una olla grande había que calentar agua casi a punto de ebullición y sumergir allí una toalla. Había que sacar la toalla bien empapada de aquella agua casi hirviendo, retorcerla para escurrirla bien, y caliente, sin que perdiera nada de calor, aplicarla directamente sobre la garganta de la criatura. A continuación había que cubrirla con otra toalla seca y mantenerlo todo así durante un cuarto de hora. Dos veces al día durante una semana. Mi niña aguantó aquello como una auténtica heroína, ni se quejó.
Mano de santo. Se acabaron los medicamentos y se acabaron las vomitonas. Se acabó la tos. Creo que, a partir de entonces, mi hija no ha padecido de la garganta jamás. Bueno, sí. Haciendo el MIR, en la rotación de pediatría se contagió de un «coco» infantil y pasó una amigdalitis que la tuvo encamada con una fiebre altísima durante dos o tres días, pero eso fue anecdótico.
Lo de la toalla con el agua hirviendo es parte de la historia familiar. Como un milagro. Lo que no sé es si habrá algún término médico para este remedio.
Disculpad el rollo, pero que quede como homenaje al doctor Benito, q. e. p. d.
Un abrazo a todos.
Buenos días:
Yo sé lo que es soportar a un niño que berrea por las noches porque Nacho era uno de esos. No fueron tres años, como en tu caso, pero sí unos cuantos meses. Así que te comprendo perfectamente, Madri. 🙂
No se me olvida que una noche (de sábado a domingo) se pasó llorando todo, lo que se dice todo el tiempo. No sabíamos qué hacer porque el pediatra nos había dicho que el niño estaba bien, que no tenía ningún problema, solo que unos niños lloran más que otros. En esa época estábamos en Cádiz.
Cuando conseguimos que el niño se durmiera, eran ya las 9 de la mañana. O sea que nos habíamos pasado toda la santa noche haciéndole monerías a ver si se callaba. Estábamos exhaustos. Bien, pues dijimos «ahora es cuando vamos a dormir los tres».
¿Y qué sucedió a continuación? Pues que llevaríamos 15 minutos durmiendo cuando llamaron con insistencia a la puerta. Eran mis suegros que habían venido de Sevilla para pasar el domingo con nosotros.
Saludos. 🙂
Buenas tardes,
El viejo chiste no siempre es cierto. A veces «el vino más amargo» no es el vino de la suegra. Una nueva abuela podría ser el mejor apoyo para los padres agotados.
Cuando nació mi primero, una hija, tenía un bar en Filipinas, por lo que a menudo trabajaba hasta altas horas de la madrugada.
Mi esposa no podía dormir por la noche a causa del llanto. Gracias a su bendita madre, dormimos toda la mañana.
Saludos.
Buenos días:
Es que hay madres políticas y suegras, Steve. 🙂
Hablando de otra cosa, aunque sinapismo proceda del latín y del griego, qué nombre tan raro para una cataplasma de mostaza cuando las palabras con esa terminación denotan doctrinas, actividades deportivas, actitudes, situaciones, enfermedades, tendencias, etc., ¿no?
Saludos cordiales.